Imaginemos cómo es un día en un smart home. Son las seis de la mañana, suena el despertador digital con un tono creciente mientras las luces se van encendiendo, tal y como está programado. Me levanto y, aunque fuera hace frío, mi temporizador de la calefacción ya se ha encargado de que haya una temperatura agradable obtenida gracias a energía sostenible. Mi teléfono me confirma que el coche eléctrico ya está totalmente cargado y mi asistente por voz me recuerda que tengo varios eventos. Además, es el cumpleaños de una amiga de la infancia. La cafetera ya está preparando el café para que al entrar en la cocina esté a la temperatura adecuada.
Mientras tomo el café, mi reloj me dice que he bajado mi ritmo habitual de ejercicio y que ha aumentado el tiempo de consumo de dispositivos digitales. Me aconseja, también, que busque un tiempo de desconexión y me recomienda una rutina de ejercicio. La nevera inteligente me recuerda que está bastante vacía y manda la lista de la compra al espacio en la nube que compartimos en la familia. En ella se han añadido los productos que el robot de cocina ha detectado que necesitaremos para las recetas de esta semana. Desde el móvil podré acceder a las cámaras de seguridad, a mis electrodomésticos o gestionar el dispensador de comida de mi mascota.
La situación de los hogares inteligentes
Esta situación puede convertirse en un escenario cada vez más común. Día a día son más los electrodomésticos y dispositivos del hogar que están conectados a la red. Estos se pueden controlar de forma remota desde teléfonos, tabletas o con paneles de control domótico. Es lo que conocemos como un hogar digital inteligente o smart home. En él podemos ejecutar el encendido o apagado de la luz, la climatización, el funcionamiento de nuestros electrodomésticos inteligentes o la comunicación, por poner algunos ejemplos, de manera remota y preprogramada.
Este control se puede hacer de distintas formas. Podemos usar aplicaciones, hacer gestos, utilizar nuestra voz o simplemente nuestra presencia, ya que se pueden emplear las capacidades de interacción de los dispositivos inteligentes y de la información del entorno físico proporcionada por distintos tipos de sensores.
El concepto de smart home
El origen del hogar conectado se remonta a 1975, cuando se definió el estándar de comunicación X10. Este utilizaba ondas de radiofrecuencia y la propia red eléctrica para que dispositivos eléctricos se pudieran mandar mensajes. No se necesitaba un cableado especial, simplemente un receptor que se conectaba a un electrodoméstico existente para darle órdenes y un controlador desde el que se daban las órdenes.
Este tipo de hogar conectado se sigue comercializando para controlar dispositivos por su facilidad de instalación y uso. Aunque los controladores se conectan con redes inalámbricas de manera que se pueden gestionar desde un dispositivo móvil, los dispositivos en sí no tienen ningún tipo de inteligencia. La irrupción de la Internet de las Cosas (IoT por sus siglas en inglés), ha permitido que objetos cotidianos se conecten a la red y tengan unas ciertas capacidades informáticas para evaluar condiciones y ejecutar acciones. De esta forma, la IOT ha supuesto un paso adelante hacia la casa digital inteligente o smart home.
Hoy en día nos podemos encontrar todo tipo de electrodomésticos inteligentes o smart cuyas funcionalidades podemos ejecutar a distancia. Estos nos ofrecen otros servicios añadidos, como avisarnos de su estado o facilitar la comunicación. Así, hay neveras inteligentes cuya temperatura podemos controlar con el móvil o con la voz. También pueden llevar un inventario de su contenido o tener una pantalla interactiva para que pongamos fotos, veamos vídeos, naveguemos por internet o veamos la televisión.
Un paso más allá nos llevaría tener dispositivos realmente inteligentes, con autonomía para tomar y ejecutar decisiones por sí mismos. También sería capaces de compartir datos entre ellos y de identificar patrones de comportamiento sin la intervención o la programación humana. Un escenario futurista, pero no tan lejano, que hemos visto en muchas series y películas.
Cuáles son las ventajas de vivir en un smart home
Vivir en una casa inteligente tiene muchas ventajas. Una de ellas es sin duda poder controlar mejor el uso que hacemos de esos dispositivos para que su consumo sea óptimo. Puede ser desde el punto de vista económico o de confort personal. Podemos adaptar su funcionamiento a nuestras necesidades específicas, que varían según la situación.
Ya en el hogar conectado, en el que los dispositivos no eran inteligentes, se vio que podían ayudar a incrementar la seguridad frente a robos. Y es que podían programarse las luces para dar la impresión de que una casa estaba habitada en periodos vacacionales. En general, los dispositivos inteligentes nos facilitan la vida diaria en la medida en que podemos delegar actividades rutinarias y poco gratificantes a un dispositivo. De esta manera siempre se llevarán a cabo como esperamos y no tendremos que dedicarles ni nuestro tiempo ni nuestra atención.
El smart home también puede ser una gran ayuda para personas mayores, enfermas o con algún tipo de discapacidad temporal o permanente. Al poderse programar para funcionar de manera autónoma y remota, pueden asumr tareas domésticas por su cuenta o bajo el control remoto de una persona, haciendo el hogar más accesible. También pueden detectar situaciones anómalas y avisar a quien sea necesario o mejorar la comunicación con el entorno social o los servicios necesarios.
Si pensamos en la reciente pandemia, sin el uso de la videoconferencia, muchas de las personas mayores hubieran sufrido aún más las consecuencias del confinamiento, como el aislamiento y la soledad. Un smart home puede contribuir a que estas personas con necesidades especiales puedan vivir de forma independiente, con una monitorización y un nivel de automatismo doméstico que haga su vida más sencilla, segura y conectada con su entorno.
Las desventajas de un smart home
El hogar inteligente no está exento de problemas y retos. El hogar es un espacio físico pero, por encima de todo, es un espacio social en el que se desarrolla la parte más íntima de nuestra existencia. Tal y como se reconocía en la jurisprudencia del S. XVI, “mi casa es mi castillo”, en el que nadie puede entrar sin mi permiso.
Sin embargo, estamos incorporando elementos tecnológicos con la promesa de hacer nuestra vida más sencilla y sin ser conscientes de que pueden acceder a nuestra información. Al instalar un nuevo dispositivo inteligente podemos estar cediendo datos de nuestras rutinas, preferencias o de nuestro hábitat (véase el caso de los vídeos filtrados de robots aspiradoras). Estos, seguramente, puede ser muy valiosos para alguien en esta era dorada de la Inteligencia Artificial.
Así pues, la invasión de la privacidad es el primer escollo del smart home. Deberíamos ser ser plenamente conocedores de quién puede acceder a qué datos. Además, es necesario que seamos nosotros, como creadores de esos datos, quienes decidamos quién puede utilizarlos y bajo qué condiciones.
La siguiente debilidad es la seguridad. Todo dispositivo conectado a una red es susceptible de ser atacado, y los electrodomésticos inteligentes no son una excepción. Esta situación se ve agravada por el hecho de que no suelen tener sistemas operativos especialmente robustos frente a ataques y que sus usuarios no son conscientes del peligro.
En una prueba realizada en una casa inteligente, en un solo día se recibieron 12.000 intentos de ataques. Estos pueden tener distintos objetivos, desde robar datos a realizar ataques de ransomware. El mayor reto en ciberseguridad es concienciar a toda la ciudadanía de que cualquier objeto inteligente puede suponer una vulnerabilidad. En un hogar en el que los objetos se interconectan, puede ser, además, la puerta de entrada a otros datos más sensibles.
¿Qué ocurre si un hogar inteligente falla?
Hay que señalar la dependencia absoluta que se tiene del funcionamiento de la red de datos y de la electricidad para que todos los dispositivos funcionen correctamente. Si la red de datos no funciona, todo aquello que había delegado en mi casa inteligente no ocurrirá. Imaginemos que un corte de luz daña el motor de unos toldos y de unas persianas de una casa inteligente en plena ola de calor. Al no existir un mecanismo de respaldo mecánico, no se podrán utilizar hasta que se repare.
No lo imaginemos. Yo lo viví y eché de menos esas obsoletas versiones no motorizadas que solo dependían de tu fuerza para accionarlas. Pero anécdotas aparte, las tecnologías que diseñamos modelan nuestro comportamiento y nuestro cerebro y cuando no están disponibles no siempre somos capaces de suplirlas. Y es que hemos dejado de ejercitar ciertas habilidades, confiando en dispositivos externos que las realizan por nosotros.
Cómo elegir los dispositivos inteligentes de tu hogar
La elección de los dispositivos desde el punto de vista del consumidor radica en poner en una balanza los beneficios frente a los posibles riesgos. Para ello hay que entender claramente esos riesgos. Desde el punto de vista del productor de los dispositivos inteligentes las reticencias ante estos en el hogar pueden suavizarse entendiendo las necesidades y expectativas de los consumidores. Así pues, no solo habrá que centrarse en las funcionalidades tecnológicas. También en la experiencia de usuario que supone integrar esos dispositivos en el ámbito privado del hogar.
Por ejemplo, en el proyecto LabStudio Sistemas Inmersivos nuestro grupo de investigación colaboró con Teléfonica en un estudio para analizar in situ, con familias reales, cómo querrían interactuar con su router, un eje fundamental de un smart home. Para ello, una serie de familias utilizaban en su hogar, durante al menos una semana, un prototipo que les permitía ver cómo funciona la señal WiFi utilizando realidad aumentada.
Tras varios experimentos con familias de diverso tipo, incluyendo personas mayores, se identificó que todas ellas buscaban aumentar su conocimiento sobre el funcionamiento de la conectividad. También fue recurrente la necesidad de sentir que la persona mantiene el control de la situación y tiene la suficiente autonomía para interactuar con los dispositivos sin necesidad de apoyo experto.
El mundo del smart home está empezando a despegar. Con un enfoque responsable y centrado en las personas puede, sin lugar a dudas, mejorar nuestra experiencia en el hogar.